Representantes de pueblos originarios de Santa Fe y Entre Ríos participaron el viernes y el sábado por la tarde de actos recordatorios de la semana de los pueblos originarios de América, en el rectorado de la Uader el viernes y en la plaza de la Picada el sábado. En el rectorado de la Uader en la calle Ramírez de Paraná los organizadores, la cooperativa cultural Puente de la Picada y la Junta de gobierno de La Picada, localidad a 25 kilómetros de Paraná, firmaron con la Uader convenios de colaboración que le permitirán contar con respaldo institucional universitario para algunas de sus iniciativas en materia cultural.

Participaron en ambas ocasiones representantes del pueblo mocoví asentado en la colonia Dolores, San Javier, provincia de Santa Fe, localidad junto al río Parana situada frente a La Paz, en Entre Ríos.


 


Vinieron de San Javier artesanos y artistas, como Néstor Lanche que exhibió cerámicas que muestran la hibridación cultural, ya que a imágenes de loros, búhos, ñacurutúes, violines mocovíes tomados de los modelos de violines barrocos europeos introducidos por los jesuitas, se sumaban imágenes de Jesús crucificado y de San Francisco Javier, misionero jesuita que dio nombre a San Javier.


 


Entre los mocovíes estaba Alfredo Salteño, un hombre de 75 años miembro de la comunidad de ancianos de la colonia Dolores, que hizo conocer canciones tradicionales que dijo haber escuchado de su madre y sus abuelos e inició el acto en la plaza de los pueblos originarios de La Picada con un saludo en círculo “a los cuatro vientos”, de acuerdo con la tradición que otorga gran significación a los puntos cardinales como símbolo cruciforme de diversos niveles.


 


Otros mocovíes que lo acompañaban explicaron que los participantes deben reunirse en círculo, símbolo de la circularidad de los procesos naturales de la que deriva la palabra “ciclo”, y que entre los seres humanos significa la igualdad esencial, algo similar al “nadie es mas que nadie” de Artigas.


 


Semejante idea no se puede sostener fácilmente si los participantes no se siguen unos a otros en un círculo tomados de la mano, de modo que todos sean iguales, sino que están unos en un estrado, otros en primera fila y otros al final, en una disposición cuadrada o rectangular como las sillas de un aula o los asientos de un teatro.


 


La ceremonia era habitual en otros tiempos cuando diversas comunidades indígenas se encontraban de tanto en tanto y también en el año nuevo mocoví, que se celebra en agosto, antes del inicio de la primavera.


 


Comienza levantando las manos con las palmas abiertas al Norte, al cielo donde está el sol, fuente de toda vida sobre la tierra y símbolo de amor generoso. Luego el saludo se dirige al Este, donde en la morada original de los mocovíes está el río Paraná que es fuente de la pesca y de la caza, y del agua que también es vida.


 


Luego el saludo gira al Occidente, donde se pone el sol, símbolo del descanso y finalmente, con las palmas abajo, hacia el Sur, a donde corren las aguas del Paraná, que por eso es el nivel más bajo, el de la tierra con la que no se debe perder contacto nunca. Y no solo de las aguas superficiales sino también de las subterráneas, que como se dijo en el acto, por suerte las tenemos todavía, porque la de los ríos ya no se pueden beber.


 


Los mocovíes se referían a Alfredo Salteño como “anciano”, pero aclararon que esa palabra no tiene entre ellos el sabor algo despectivo que suele tener entre nosotros sino muy por el contrario, es sinónimo de “autoridad”, digna del mayor respeto, al punto que para emprender cualquier varias acciones se le debe pedir permiso.


 


Alfredo sostuvo que la vida es un regalo que se debe vivir rectamente para que la muerte no sea cierta, una expresión que permite múltiples interpretaciones, y bailó luego una danza que dijo ya se ha perdido en su pueblo desde que hay boliches bailables con droga y alcohol, sin condenar ni lamentar, solo exponiendo hechos.


 


Luego Silvia Lanche, una mocoví de San Javier radicada en Paraná, donde estudia psicología en la Uader y tiene varios discos compactos publicados, cantó un himno mocoví al que acaba de poner música con letra escrita por otro miembro de la comunidad de colonia Dolores.


 


Despues un miembro de la comunidad guaraní de Entre Ríos, Jesús Romero, explicó una imagen de madera de Tupá que trajo con él, y que enviará en breve a un museo de Villa Rica, Paraguay. Se trata del dios creador guaraní con la tierra en la mano derecha y la luna en la izquierda, como signos de su poder creador, con los ojos cerrados y larga barba.


 


Romero hizo notar que en el último censo nacional, de 2010, hubo muchas más familias que en el anterior que se reconocieron como guaraníes en Entre Ríos, condición que antes ocultaban pero que ahora, poco a poco, se les está convirtiendo en motivo de orgullo.


 


Recordó que el Mercosur adoptó como idioma oficial el guaraní, lo que hizo necesario buenos conocedores para participar de las reuniones y congresos. Esta decisión fue fundamental para revalorar el lenguaje indígena y hacer que numerosos jóvenes se interesen en él, de modo que desde entonces la situación ha cambiado sustancialmente.


 


Narró una historia del “ñaró”, palabra que significa “fuerte” (que fue el de una sastrería del centro de Paraná cuando el inglés no era tan invasivo) y menciona al quebracho. Como durmiente, el quebracho fue comunicador de pueblos a través de los trenes y luego, cuando no pudo usarse más como durmiente, se usó para sostener los pontones que viajan por el río, de tal manera que sigue siendo comunicados de pueblos afincados junto al Paraná.


 


Algunos indígenas presentes dieron testimonio de sus pueblos. Por ejemplo, un chaná recordó que Entre Ríos era la tierra de los chanás, que en sus tiempos tenían vigías que advertían cuando alguien pretendía entrar en su territorio sin permiso para evitarlo. Sostuvo que hoy nadie se ocupa de ellos, y un poco en broma y un poco en serio dijo que si hoy los chanás tienen tierra es cuando no se bañan.


 


Una anciana que se presentó como charrúa narró que cuando tenía seis años en la selva de Montiel vivía en una comunidad pequeña, de unas 35 personas, y que entonces en uno de tantos avasallamientos que han debido sufrir a lo largo de la historia, el cacique fue decapitado. Luego la selva comenzó a se desmontada. Ella jamás pudo olvidar la tragedia del cacique y se comprometió a luchar por los derechos de los charrúas.


 


Llegó, dijo que temblando de la cabeza a los pies, a hablar con el gobierno. Finalmente celebró que hoy haya una norma de defensa de la selva de Montiel, de la que ya casi no queda nada gracias a la soja transgénica. Y admitió que algo ha conseguido aquella a la que señalaban como “india loca”.


 


Un joven chaqueño, no indígena pero compenetrado con la causa de los indígenas, autor de varios videos en El Impenetrable, hizo notar que cuando se quiere saber algo de los pueblos originarios se pregunta a los antropólogos, a los historiadores o a los filósofos, pero no a los originarios mismos, que son la fuente primera y principal.


 


Esta actitud recuerda a la que observaron los occidentales que fueron a explicarles a los brahmanes de la India qué significaban “en realidad” los escritos que ellos venían conservando, comentando y elucidando desde hace miles de años.


 


Y les explicaron el “verdadero sentido” de esos “mitos” de acuerdo con la perspicacia quinquenal de los filósofos profesionales europeos de moda. Sería una actitud de ridícula petulancia si no estuviera el crimen detrás de ella, como se ve en la actitud invariable de los europeos en América desde Cristóbal Colón en adelante.


 


En el salón “Amanda Mayor” del rectorado de la Uader se proyectaron videos sobre la situación de las mujeres indígenas, en particular de las tejedoras desde el momento en que cortan las plantas hasta que hacen telas con ellas y luego prendas de vestir.


 


Una de esas mujeres entrevistada en el video dijo que la religión cristiana dice algo así como que Jesús es cabeza de la iglesia, y entendió que con eso queda consagrada la sumisión de las mujeres.


 


En la plaza de los pueblos originarios de La Picada flameaban la bandera guaraní, amarilla, verde, roja y blanca, la mocoví y la que representa a todos los pueblos originarios de América.


 


En el caso de la mocoví tiene una franja horizontal verde ancha, que representa la esperanza, otra central roja algo más estrecha que es la sangre derramada de los mocovíes y la blanca inferior, más estrecha, que es el perdón al invasor y a sus crueldades. AIM