En su edición de este domingo la Revista Nueva que se distribuye con diarios de varias provincias argentinas realizó una extensa nota de la maestra rural Liliana Francisconi de Picotti presentándola como una heroína anónima convencida de que la educación y el afecto son lo más importante para formar personas con valores. Hace más de treinta años que apuesta a eso y fue elegida dos años seguidos Maestra Ilustre de Entre Ríos. Si bien se jubiló hace un año sigue colaborando ad honórem en la escuela rural Nº 81 Francisco de Paula Santander del departamento La Paz, ubicada en una zona de montes, el Paraje Campo Parera, a cinco kilómetros de Hasenkamp.

Educar


Por Agustina Tanoira.


 


Aunque se define como una maestra rural, Liliana Francisconi de Picotti es mucho más que eso. Es una heroína anónima convencida de que la educación y el afecto son lo más importante para formar personas con valores. Hace más de treinta años que apuesta a eso y fue elegida dos años seguidos Maestra Ilustre de Entre Ríos. Por todo esto, la elegimos para homenajear a las mujeres en su día.


 


Aunque se jubiló hace un año, Liliana Graciela Francisconi sigue más activa que nunca. No solo porque continúa dando clases en la misma escuelita rural a la que asiste incondicionalmente hace más de veinte años, sino porque ahora también lo hace en otras instituciones. En todas ellas, ad honórem, esto es, sin cobrar ni un peso. La escuela rural en cuestión –la Nº 81 Francisco de Paula Santander del departamento La Paz– se encuentra ubicada en una zona de montes, calurosa y húmeda, de la provincia de Entre Ríos, en el Paraje Campo Parera, a cinco kilómetros de un pueblo llamado Hasenkamp, y a poco más de ochenta kilómetros de la ciudad de Paraná. Se trata de una zona que no cuenta con los servicios esenciales, por lo que los pobladores deben trasladarse al pueblo en lo que respecta a atención a la salud, correo y servicio de ómnibus.


 


Allí, hace más de veinte años, se dirige Liliana todos los días a dictar clases y desarrollar una pasión que la hace verdaderamente feliz: educar.


 


Esta maestra tiene de qué vanagloriarse, ya que fue elegida dos años seguidos maestra ilustre en su provincia. Esto es, fue destacada con el premio Manuel Antequeda –establecido por el Consejo General de Educación (CGE) en conmemoración del Día del Maestro–, que distingue la dedicación, el mérito y la labor de docentes en actividad que tengan un notorio desempeño frente a los alumnos. Es un reconocimiento de la comunidad educativa, es decir, de sus pares, de los directivos, los padres y los alumnos, pero también un reconocimiento académico por su compromiso con la escuela, expresado en propuestas innovadoras.


 


La escuela


En el aula más grande de esta casita sencilla ubicada en medio de un gran terreno –en el que también hay una huerta con calabazas, lechuga, tomates, ajos y zanahorias–, todos los días Liliana, junto a la nueva maestra, recibe a nueve alumnos cuyas edades van de los 5 a los 9 años. Algunos llegan a pie, otros a caballo y otros en bicicleta. “Algunos recorren distancias de hasta ocho kilómetros. Y los que viven más cerca deben andar tres kilómetros”, cuenta la maestra. Casi todos son hijos de puesteros, hacheros, tamberos y algún que otro poblador golondrina, de esos que se van trasladando donde hay una oportunidad de trabajo.


 “La escuela cuenta con una matrícula relativamente baja por todo el tema del campo”, explica Liliana. “Aquí, muchos minifundistas han tenido que vender sus pocas hectáreas y dejarlas en manos de gente que va engrosando sus estancias”.


 


En esta gran aula no hay distinción de grados: todos los niños, desde los  más chicos hasta los más grandes, se concentran en un mismo pizarrón, que va de punta a punta, donde las maestras anotan los temas para cada grado por separado. El orden es estricto, ya que la clave para que todos logren aprender es que cada uno pueda concentrarse en lo suyo. El silencio, el respeto y el sentido comunitario se van incorporando con la práctica misma. La escuela, aunque tiene luz eléctrica, provista por una cooperativa rural, no cuenta con teléfono ni Internet.


 


“La escuela sin los padres no es escuela, y viceversa. Afortunadamente, desde que llegue aquí, la relación de ellos ha sido y es hermosa, cordial y solidaria”.


 


Sí hay computadoras. Tres. Pero son tan viejas que solo pueden operar con Windows 94, ya que sus discos rígidos no tienen capacidad para más. Pero Liliana no se desanima porque para ella la educación no tiene que ver solo con brindarles los conocimientos de las materias básicas, sino con enseñarles a los niños a educarse en el amor. “Este es un proyecto que inicié en el año 2000 y cuyo objetivo es tratar específicamente la educación afectivo-sexual. Esto me fue posible gracias a una capacitación que recibí de Misiones Rurales Argentinas –una ONG que trabaja la promoción humana integral de la familia rural a través de las escuelas primarias públicas–, mucho antes de que las autoridades de educación nacional se dieran cuenta de la importancia de educar a los niños en la sexualidad”, cuenta.


 


“Ese proyecto lo regalo dando clases también a varias escuelas del pueblo y localidades vecinas, a niños de quinto y sexto grado, para que sepan cuáles son los cambios que sus cuerpos van a tener y que nada los sorprenda. Además, hago mucho hincapié en el cuidado y la valoración del cuerpo que Dios nos ha regalado, y en que nadie tiene derecho a tocarlos si ellos no quieren”. Y ahí se detiene para hablarles también de los distintos tipos de violencia y aclararles los derechos que tienen como niños y animarlos a denunciar si tienen la desgracia de vivir “algo feo”.


 


“Lo que deseo transmitirles es mis ganas de ayudar a los demás sin esperar nada a cambio, darse de corazón, darse sinmezquindad…¡Y quiero enseñarles a trabajar!”.


 


Es que es así: en la escuela de campo es necesario asumir varios roles y estar siempre atento a las necesidades de la gente. “Aquí, una es maestra, directora, cocinera, ordenanza, catequista y, muchas veces, enfermera”, confirma Liliana. Pero a ella no le molesta porque, en realidad, lo que más le importa es que el día de mañana esos chicos sean buenas personas, respetuosos, honestos, solidarios y que, sobre todo, sean emprendedores en la vida. “Lo que deseo transmitirles es mis ganas de ayudar a los demás sin esperar nada a cambio, darse de corazón, darse sin mezquindad…”, dice, y agrega con énfasis: “¡Y quiero enseñarles a trabajar! Que aprendan a buscarse el pescado… y que se acostumbren a que se lo den, que aprendan a fabricar sus propias redes y cañas para encontrar el sustento diario. Así me enseñaron a mí y eso es lo que quiero transmitirles a ellos.”


 


Educar en comunidad


La escuela abre sus puertas a las ocho de la mañana, cuando todos llegan. En un pequeño comedor los niños desayunan y luego entran a clase hasta el mediodía, cuando los chicos salen para almorzar y luego volver a sus casas. Muchas de las cosas que allí se consumen las producen ellos mismos en la huerta de la escuela. “Hasta hace un año trabajábamos en una huerta orgánica comunitaria y llevábamos el excedente de la producción a dos comedores del pueblo”, explica Liliana. “Pero ahora, al quedar solo niños muy chicos, se hace difícil trabajar toda la extensión, que era de 2500 metros cuadrados, así que se sigue haciendo, pero solo para el consumo escolar”.


 


También hay dos bibliotecas repletas de libros y manuales, muchos de los cuales son donaciones que reciben todos los años. Los mismos chicos son los encargados de abrir las cajas y anotar todo lo que ingresa. “En realidad, necesidades urgentes no tienen, pero siempre es bienvenido todo lo que nos quieran dar”, confiesa Liliana. Es que a sus 56 años, esta mujer menuda pero decidida tiene claro que, tal como dice un antiguo proverbio africano, se necesita una comunidad entera para criar a un niño. Esta es esencial, tanto como los manuales y los libros. “La escuela sin los padres no es escuela, y viceversa”, afirma. “Afortunadamente, desde que llegue aquí, en el año 1992,  la relación de ellos ha sido y es hermosa, cordial, solidaria. Siempre nos hemos retroalimentado mutuamente. Toda la comunidad es bárbara y servicial”.


 


Reconocimientos


Luego de terminar el secundario, Liliana estudió dos años más para ser maestra rural. “Siempre quise ser maestra y, gracias a Dios, estoy haciendo en mi vida lo que siempre soñé…Y eso no es poca cosa. He cosechado y sigo cosechando muchas sensaciones y situaciones más que buenas y lindas. Mi vida de maestra está repleta de agradecimientos”, agrega esta madre de tres hijos, que también fueron alumnos suyos: “Misiones Rurales me valora por lo que soy: una maestra rural”. “Mujer de luz, si las hay.


 


Un ser maravilloso”, dijo de ella la periodista Teresa de Elizalde, quien hace un par de años escribió un libro contando un día de su vida, así como las de otras mujeres destacadas, entre las cuales están la ministra de la corte Carmen Argibay Molina, la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú y la cantante Patricia Sosa. En 24 / 24 un día en la vida de 24 mujeres argentinas (Aguilar), Liliana revelaba: “Sé lo que es el sacrificio de ir a la escuela, de caminar en el barro, porque yo también lo hice cuando era chica. Sé lo que es agarrar el caballo, ensillarlo, volver a tu casa y trabajar, ordeñar las vacas. Son esas cosas las que te hacen fuerte. Y estoy agradecida por mi infancia. Porque fui feliz!”. Y porque confía en que también pueden serlo sus alumnos.


 


Su familia, su gran apoyo


Hace treinta y tres años que Liliana está casada con Pocho, “Un hombre muy bueno, un agricultor de toda la vida, comprensivo y colaborador, que siempre me acompañó en las tareas de la casa, los hijos y la escuela”. Juntos tuvieron a Fabricio, un ingeniero agrónomo que trabaja con su padre; Belén, que es masajista, está casada y tiene tres hijos, y María de los Ángeles, licenciada en Sistemas. Gracias a su apoyo incondicional Liliana siempre pudo organizarse para trabajar en la escuela. “Nunca me pusieron obstáculos para hacer lo que más me gusta: enseñar y ayudar”.


 


Nuevos proyectos


Además del tiempo que dedica a su escuelita, desde hace dos años Liliana está llevando el proyecto “Educar en responsabilidad”, una propuesta concreta para trabajar la temática de los “valores”, de la mano de la Fundación Horacio Zorraquín. “En la escuela Nº 81 y en la escuela privada Santa Felicitas ya estamos empezando la tercera etapa. Se invita a las escuelas a elaborar un proyecto comunitario que aporte valor a la comunidad educativa, promoviendo la responsabilidad, el compromiso y el bien común”, explica.


 


Pero hay más: desde septiembre de 2012, tras haber recibido capacitación, ayuda en estas dos escuelas a los niños que no pueden aprender a leer y escribir. “Es un proyecto de la Fundación Pérez Companc que se llama ‘Dale’ y está orientado a niños con dificultades en el proceso de adquisición de la lectura y la escritura”, explica. Tiene que ver con el derecho de todos los chicos a aprender a leer y escribir, que ha tenido muy buenos resultados a pesar de que se ha implementado hace poco tiempo.


Fuente: Revista Nueva